Un futuro no tan lejano. En una hipotéti­ca ciu­dad. Un hipotéti­co per­son­aje. Y una hipotéti­ca entre­vista de empleo. El indi­vid­uo es entre­vis­ta­do pre­vi­a­mente por telé­fono. El car­go a desem­peñar es algo bas­tante nue­vo. En la con­ver­sación es pre­gun­ta­do por su expe­ri­en­cia en ese campo. 

El per­son­aje responde con hon­esti­dad. Su recor­ri­do en ese ámbito no es muy dilata­do, pero se ha for­ma­do y ha tenido algo de spar­ring con el que prac­ticar. Sus argu­men­tos no con­ven­cen, a pri­ori, al entre­vis­ta­dor. El indi­vid­uo entre­vis­ta­do inten­ta lidiar con la situación, y sale mín­i­ma­mente airoso.

La con­ver­sación final­iza de la sigu­iente man­era: el entre­vis­ta­dor plantea una futu­ra lla­ma­da para plan­ear una reunión for­mal, y sen­ten­cia la frase con un “prepárate un dis­cur­so más maduro”. El aspi­rante cuel­ga la lla­ma­da y se que­da pensando:

¿La hon­esti­dad es señal de inmadurez o de madurez? 

¿Actuó cor­rec­ta­mente dicien­do la ver­dad o desaprovechó la opor­tu­nidad de inflar su experiencia?

Sue­na: La ver­dad — Vega / Ele­na Gadel