Sé que sue­na a locu­ra, pero en menos de 10 días he sabido que algo no está bien. Y está bien que no esté bien, porque eso sig­nifi­ca que puede estar mejor. Que debe estar mejor. Y mejor es estar bien. Estar bien con­mi­go, con lo que quiero y con lo que necesito.

En menos de 10 días he sabido que la vida va volan­do, fugaz, como la línea L de Man­hat­tan a Brook­lyn. ¿Cómo una ciu­dad puede gener­ar tan­tas inter­ac­ciones en el cere­bro? ¿Cómo es posi­ble replantearse la vida con unos acordes de piano, bajo y batería? ¿Estaré loco?

No puedo parar de pen­sar en lo esta­can­do de mi vida, en la necesi­dad de un vuel­co, de la inyec­ción de adren­a­li­na que nece­si­to. No puedo quitarme de la cabeza que merez­co más, que puedo con­seguir más y que no debo con­for­marme con menos. Sue­na pre­ten­cioso y vanidoso, pero no me arrepi­en­to de sen­tir­lo así. Lo creo firmemente.

Sir­va esta nota, escri­ta el 9 de sep­tiem­bre de 2022 a las 1:11 en McGui­ness Boule­vard, Brook­lyn, como el pun­to de par­ti­da para un cam­bio de rum­bo en mi vida. Como el comien­zo de algo. De algo mucho más grande, más grande que yo.