Como siem­pre, la des­pe­di­da en Beirut ha sido muy jodi­da. Nun­ca es fácil sep­a­rarse de los tuyos, y menos cuan­do la dis­tan­cia es espe­cial­mente larga y la esta­bil­i­dad social, económi­ca y políti­ca del país, zozobra. 

Le Beirut (Parte 2)

Reto­mo la cróni­ca, y lo hago toman­do a Beirut como protagonista.

La destrucción a flor de piel

Des­de casa has­ta el Puer­to de Beirut hay unos esca­sos 6 km de autovía en los que se ven los estra­gos de la bru­tal explosión. Al prin­ci­pio, algunos cristales rotos en deter­mi­na­dos edi­fi­cios, cas­cotes despren­di­dos en otros, has­ta ir encon­tran­do inmue­bles total­mente imprac­ti­ca­bles y lle­gar al gran vacío: el gran hue­co de pol­vo, chatar­ra y lágri­mas que dejó la bomba.

El Puerto de Beirut: la zona 0

Yo con la cámara en mano des­de que subi­mos al coche no podía parar de dis­parar a la mín­i­ma cosa que encon­tra­ba en el camino. Pero al lle­gar al pun­to en con­cre­to: me par­al­icé. De noche, cuan­do fuimos con el taxi des­de el aerop­uer­to, ape­nas vimos nada. Con la luz del día, y habién­do­lo digeri­do un poco puedo ase­gu­rar que es el esce­nario más ter­rorí­fi­co que he vis­to en mi vida. 

El gran depósi­to de la reser­va nacional de maíz esta­ba reben­ta­do por com­ple­to, quedan­do solo una gran mural­la que ayudó a amor­tiguar la onda expan­si­va hacia el cen­tro de la ciu­dad (el Downtown). 

El alma de Beirut

Los bar­rios que no cor­rieron tan­ta suerte fueron el de Ashrafieh y Gem­mayze, donde se encuen­tra el ver­dadero espíritu beirutí ‑jun­to con el bar­rio de Hamra‑, con sus casas típi­cas, sus locales de com­er­cio tradi­cional, sus cafeterías, su bohemia, su heren­cia cul­tur­al… Todo venido aba­jo. Es el Beirut que más he cono­ci­do en todos mis via­jes, el que más hemos patea­do, en el que Shar­bel y su famil­ia han crecido. 

La ter­raza de Fab­rik, que sale en esta foto, en la calle Mar Mikhail de Ashrafieh, ya no existe, está destroza­da tras la explosión

Entrar con el coche no es nada sen­cil­lo: muchas de las calles tienen cer­ra­do el acce­so, y en las que sí se puede acced­er las ruinas, los cristales rotos y las hor­das de tra­ba­jadores que se afanan en “devolver” la nor­mal­i­dad se con­vierten en claros obstácu­los. Es imposi­ble deten­er las lágri­mas ante tan­to dolor, imposi­ble no pen­sar en las famil­ias que se han queda­do sin nada. Poca esper­an­za que­da, a pesar de que un mur­al gigante con dos palo­mas de la paz grite HOPE en pleno cen­tro beirutí.

“My government did this”

Nos aso­mamos de nue­vo al bal­cón del puer­to. Se puede leer un grafi­ti en los blo­ques de cemen­to: “My gov­ern­ment did this”, y es que muchos acu­san al gob­ier­no de dejación de fun­ciones en este tema. En las baran­das que sep­a­ran la autovía del puer­to se han colo­ca­do carte­les con los nom­bres de los fal­l­e­ci­dos y desa­pare­ci­dos en la explosión. En algunos de esos carte­les se lee además la frase “There’s still hope”, en otros se lee la nacional­i­dad del fal­l­e­ci­do, en otros “Víc­ti­ma no iden­ti­fi­ca­da” jun­to a su nacional­i­dad y en otras el nom­bre y la frase “Nacional­i­dad desconocida”. 

Si el panora­ma ya de por sí no era sufi­ciente inten­so, jus­to al lado de donde estábamos aparca­dos aparcó un chico y su abue­lo, salieron del coche, y con un boli tacharon “Nacional­i­dad descono­ci­da” de uno de los carte­les con el nom­bre de un hom­bre y escri­bieron “Lebanese”. Acabaron y se pusieron a rezar delante del car­tel. Nos fuimos en silen­cio, pero de nue­vo sin poder evi­tar llorar.

Para no volver a casa con tan mal cuer­po, decidi­mos dar un paseo por Raouché, con sus míti­cas Pigeon Rocks, pasan­do por la Alma­nara (el faro) y por delante del Luna Park, donde está la míti­ca noria de Beirut, sobre la que escribe Tomás Alcov­er­ro en su libro, que podéis com­prar aquí.

Miedo y trauma en Beirut 

Hago un flash­for­ward en la nar­ración de los hechos, para comen­tar que el jueves pasa­do se volvió a declarar un incen­dio en el puer­to, donde aún que­da nitra­to de amo­nio. Cuan­do saltó la noti­cia estábamos toman­do algo con una ami­ga en una ter­raza (acrista­l­a­da, para más señas), a unos 20 km de la zona 0. No voy a negar que pasé miedo, pero no parábamos de recibir men­sajes dicién­donos que no nos acer­cáramos a Beirut y nos ale­járamos de los cristales. Pero mi miedo impor­ta una mier­da com­para­do con la sen­sación de deses­peración, dolor, trau­ma y páni­co que deben sen­tir los libane­ses. Nadie merece vivir con esta cruz. 

Los jóvenes y la revolución

Mirella, que así se lla­ma la ami­ga, es una joven libane­sa des­en­can­ta­da con la deri­va que toma su país, poco esper­an­za­da con la supues­ta “Sawra” o rev­olu­ción* que algunos jóvenes están ini­cian­do y con nula visión de que se solu­cio­nen los prob­le­mas reales de los libane­ses. Durante la pan­demia ha mon­ta­do un pequeño nego­cio de arte­sanía con cemen­to y otros mate­ri­ales reci­cla­dos. Podéis ver sus crea­ciones aquí: @cineduvent

La ver­dad es que su poca esper­an­za es muy desalen­ta­do­ra, pero les entien­do. Se lamen­tan de que los más jóvenes están abrazan­do dis­cur­sos de crim­i­nales de guer­ra que siguen lid­eran­do par­tidos políti­cos y con rep­re­sentación en el Parlamento.

La rev­olu­ción es femenina

Es un artícu­lo muy largo lo sé. Pero lo hago por mí: no quiero olvi­dar nun­ca todo lo que este país me provo­ca. Estoy en una encru­ci­ja­da: estoy enam­ora­do de un país al que quieren ver morir y que no puede dejar de vivir. Y pre­cisa­mente, lo que sien­to aquí es eso: son ganas de vivir cada segun­do como si fuera el últi­mo. Porque aquí esa expre­sión se con­vierte en ver­dad. LIVE, LOVE, LEBANON.