Se cumple jus­to un mes des­de la explosión del 4 de agos­to. Y jus­to una sem­ana des­de que ater­rizáramos en este páramo tan lleno de vida: Beirut, cap­i­tal de mi queri­do Líbano.

Sabíamos de ante­mano que no iba a ser pre­cisa­mente un via­je de plac­er, aunque siem­pre es un gus­to volver. Cir­cun­stan­cias per­son­ales y la reciente catástrofe no hacen de este via­je el mejor de los tragos.

Nada más bajar del avión y subir al taxi de camino a casa (unos 20 min­u­tos de trayec­to) ya vemos los estra­gos de la explosión. Los bar­rios más daña­dos, en pleno cen­tro beirutí, están cer­ra­dos, pero des­de la car­retera se puede ver el paisaje de ter­ror. Miles de casas der­rum­badas, edi­fi­cios enteros desin­te­gra­dos, cien­tos y cien­tos de pisos sin ven­tanas, sin pare­des… No puedo aguan­tar las lágri­mas al ver tan­ta des­gra­cia y ver qué la real­i­dad es infini­ta­mente peor a lo que estábamos vien­do des­de España.

Puer­to de Dora, a unos 4 km de la zona 0 en Beirut. Vista des­de nues­tra habitación en casa, en Jdeideh

Lleg­amos a casa sobre las 4 de la madru­ga­da. Todos nos esper­a­ban. Las lágri­mas se vuel­ven a desa­tar: demasi­a­da emo­ción con­teni­da, demasi­a­dos meses sin ver­les, y un duro golpe en la famil­ia en tiem­pos de con­fi­namien­to; no era para menos. Unas Almaza, la cerveza libane­sa por exce­len­cia, bien frías, ayu­dan a amor­tiguar (o a camu­flar) un poco el golpe.

Almaza, la cerveza libane­sa más pop­u­lar, cuya fábri­ca está al lado de casa en Jdei­deh (Beirut)

En los primeros min­u­tos con ellos ya caí en la cuen­ta de algo: la oquedad de sus ojos era más pro­fun­da, un nue­vo hoyo más en su mira­da, tan pro­fun­do como el de la explosión. Su voz, su voz tam­bién es dis­tin­ta. Más tenue, más apa­ga­da, has­ta que sueltan una riso­ta­da de vez en cuando.

La fuerza de esta famil­ia, y la del Líbano, me ponen los pelos de pun­ta. Golpe tras golpe, lev­an­tan la cabeza. Con la mira­da triste y la voz apa­ga­da, pero llenos de esper­an­za y de fe. Dan­do todo por los demás, aún no tenien­do nada. Y yo me sien­to mis­er­able ante tan­ta grandeza humana.

Torre de tele­fonía tras las plan­tas de guindil­la. Vis­tas des­de el bal­cón de casa

A todas las des­dichas que os ven­go con­tan­do, se le suma la deval­u­ación de la libra libane­sa: 1 dólar ‑0,84€ — equiv­ale en “val­or real” a unas 1500 libras libane­sas, sin embar­go, en algunos com­er­cios el cam­bio de mon­e­da es 1$ = 3000 o 3500 LBP. En el mer­ca­do negro del dinero, ese val­or puede ser de 10000 LBP. Por otro lado, has­ta hace unos días era posi­ble sacar dólares del cajero automáti­co, aho­ra es una utopía.

Hac­er la com­pra “bási­ca” se está con­vir­tien­do en deporte de ries­go: los pre­cios están dis­para­dos, los estantes no están tan sur­tidos y el gob­ier­no sólo garan­ti­za pre­cios “económi­cos” para algún ali­men­to de primera necesi­dad: arroz, bul­gur, legum­bres… Por pon­er un ejem­p­lo: queríamos com­prar una freg­o­na, al pre­gun­tar­le a la depen­di­en­ta el pre­cio su respues­ta lit­er­al fue: “esta freg­o­na no frie­ga, dis­para”. Su pre­cio, unos 40000 LBP, 27$ al cambio).

100 años del nacimiento del Líbano

Se da la casu­al­i­dad que jus­to el pasa­do martes, 1 de sep­tiem­bre, se cumpli­eron los 100 años de la fun­dación del Líbano, tras la Primera Guer­ra Mundi­al y la dis­olu­ción del Impe­rio Otomano, gra­cias al apoyo francés. A todo ello se jun­ta, el nue­vo y recién nom­bra­do gob­ier­no, que cuen­ta con el bene­plác­i­to de la comu­nidad inter­na­cional, y espe­cial­mente de Emmanuel Macron, cuyas ame­nazas han sido muy comen­tadas: si el gob­ier­no no se pone las pilas en 8 sem­anas, au revoir a las ayu­das al Líbano. Un extra de incer­tidum­bre y miedo a este cas­ti­ga­do país gob­er­na­do por inoperantes.

Y en un plano más banal, tam­bién ha sido muy comen­ta­da por aquí la visi­ta del primer min­istro francés a la reina de la can­ción libane­sa: Fairouz, un sím­bo­lo nacional. ¿Pro­pa­gan­da? No, ape­nas. Y es que nadie se olvi­da de la fil­ia a lo francés que aún se res­pi­ra en la París de Oriente.

Macron y Fairouz en la casa de la can­tante, el pasa­do 1 de septiembre

Y entre tanto…

Lle­va­mos 7 días en Beirut pero aún no hemos podi­do ir al cen­tro de la ciu­dad. Nues­tra inten­ción al lle­gar era ir a ayu­dar en las tar­eas human­i­tarias, pero parece que no es tan sen­cil­lo como nos con­ta­ban. Se están cer­ran­do las zonas más dañadas y con­trolan­do al extremo, por el aumen­to de robos y desval­i­jamien­tos de las casas en ruinas. 

Típi­cos edi­fi­cios libane­ses en Kaslik, una zona poco afec­ta­da por la explosión, situ­a­da a unos 18 km de Beirut

Con esta situación, el primer tramo de estas 2 sem­anas lo hemos ded­i­ca­do a lev­an­tar la moral de los nue­stros; a estar con ellos todo el tiem­po y a hac­er un poco más liviano el peso que lle­van enci­ma. La recon­stuc­ción empez­a­ba aquí.

Ayer, cogi­mos el coche por primera vez para salir de la ciu­dad. Subi­mos a ver a San Char­bel, patrón del Líbano, una visi­ta oblig­a­da en cada via­je. Pese a no ser creyente, sien­to mucha atrac­ción y sim­patía por este San­to. A la sal­i­da del san­tu­ario se puede com­prar fru­tas y ver­duras de prox­im­i­dad a un pre­cio “razon­able”; com­pramos varias cosas y prac­tiqué mi árabe cha­purrea­do con el frutero y su hija.


De baja­da del monte Annaya ‑donde está el san­tu­ario — paramos a com­er unos man­a’ish, una especie de piz­zas esti­lo libanés, mucho más lig­eras, que se acom­pañan de que­so, za’tar (mez­cla de tomil­lo con otras espe­cias), hor­tal­izas o inclu­so chocolate.

Man­aish // Foto de The Spicy at Home

Hoy por la noche me toca coci­nar a mi: haré tor­tilla de pata­ta y prepararé unos buenos gin tónics. Pese a todo, hay mucho que cel­e­brar: el 8º cumpleaños de Jean Paul, el aniver­sario de boda de los padres de Shar­bel y el estreno del coche que Shar­bel les ha regal­a­do (la gran ilusión que tenía y que ha podi­do cumplir en este viaje)

En lo que nos que­da por delante vamos a seguir inten­tan­do ver en qué podemos ayu­dar en la ciu­dad. Y tam­bién vamos a aprovechar para hac­er un poco de tur­is­mo con el nue­vo coche.

A ver qué nos deparan estos días.

Puedes leer la segun­da parte de mi cróni­ca de via­je al Líbano, aquí.