No sé al resto, pero a mí me inco­mo­da muchísi­mo encon­trarme algún veci­no o veci­na en el ascen­sor. De hecho siem­pre que espero al ascen­sor cru­zo los dedos para que eso no ocur­ra. No es que crea que cruzan­do los dedos vaya a fun­cionar, pero es a lo úni­co a lo que me aferro.

Me inco­mo­da porque nun­ca sé donde mirar, ni de qué hablar. ¿Del tiem­po? Vamos, no somos mete­oról­o­gos para estar siem­pre hablan­do de él. 

El otro día un veci­no me dejo knock out. Me hizo la trascen­den­tal pre­gun­ta: ¿Cómo estás? Le respondí que muy bien, agrade­cien­do el interés. Y le devolví la mis­ma cuestión. Pero me quedé pen­sati­vo. Creo que para for­mu­lar esa pre­gun­ta se debe ten­er un mín­i­mo de con­fi­an­za. O quizás me equivoco.

En fin, sea como sea, me inco­modan los veci­nos en el ascen­sor. Punto.